10 oct 2008

Tanto rogué, tanto lloré, tanto, que finalmente accedió a verme. Nos encontramos en mi ciudad. Volver a verlo después de dos meses me provocó un colapso en el sistema nervioso. Me senté, solemne, en su auto. Cuando me preguntó qué quería hacer, le dije que teníamos que hablar. Entonces manejó hasta una confitería. Una vez allí, encendí un cigarrillo. Estaba nerviosa. Él no me tocaba, no existía el contacto físico. Los dos estábamos conmovidos por el encuentro. Entonces le pregunté si quería un poco de mi cigarrillo; sorpresivamente me dijo que sí (¡ÉL NO FUMA!) pero un segundo más tarde entendí todo. La forma como tomó el cigarrillo, rozando suavemente mis dedos, era casi tan erótica como la manera en que me estaba mirando. Aunque habiamos prometido no hacerlo, terminamos yendo a un cuarto de hotel. No era algo que pudiésemos decidir. Vernos y no tener sexo era una posibilidad remota. A partir de aquel día de abril éramos adictos uno al sexo del otro, era exageradamente placentero tocarnos y poseernos, por eso no era una opción dejar pasar la oportunidad. No era opción. Mientras yo me sacaba las botas me senté en la cama, a pocos centímetros de él y seguí hablando: "nosé porqué nos fue mal en ese examen (mientras él me sacaba el corpiño) si hablamos estudiado. Lo cierto es que esa profesora nos odia" Él entendió que mi charla acerca del colegio era producto de una negación sobrehumana que mi inconsciente estaba conjurando sobre mí. Me miró sonriendo y se tiró encima de mí casi sin que me diese cuenta. En realidad no me interesaba darme cuenta, necesitaba que estubiera adentro mío lo más rápido posible, quería olvidarme del colegio y de todo lo que había pasado con él; queria olvidarme de que estaba en un hotel, de que en una hora nos tendriamos que ir y que no iba a verlo en muchísimo tiempo. No quería pensar que lo único que nos unía era el sexo, pero... necesitaba ese sexo, aunque no fuese lo único que necesitaba. Estabamos ya los dos desnudos y él estaba encima de mí cuando a la vez sentí placer y una presión en el pecho, una angustia mortal, esclavizante, que aunque traté de olvidar me invadió lo más profundo. Se dio cuenta. Paró, me miró. Me preguntó por qué lloraba. Yo tenía los ojos rojos y las lágrimas no paraban de caer. Me sentía horrible: deseaba tocar su piel, su cuerpo, pero no quería tener sexo. Necesitaba estar al lado suyo, abrazarlo, quizás hasta verlo dormir, pero tener sexo no era compatible con la agustina existencial que vivía en ese momento. Sí, claro que no iba a poder tenerlo desnudo al lado mío si no hacía lo que fuera por seducirlo, pero eso no era en realidad lo que yo quería. Simplemente necesitaba verlo tranquilo, con su tergiversada mente dormida. Le dije que lloraba porque tenía mucho miedo de perderlo, de que ésa fuera la última vez que hiciéramos el amor. "Gorda, nunca me vas a perder. Nunca" Y ese año, no lo volví a ver más. Que quede claro: cuando hablo de relaciones obsesivas estoy siendo más literal que nunca. Cuando digo que hubiese muerto por él, no recurro a una metáfora. Sé que es dificil descifrar cuándo escribo en serio y cuándo no, pero hagan el intento. No iba a aguantar mucho tiempo más. No estar con él significaba la muerte espontánea. Ese año me fui a Europa y me olvidé que el dolor se traslada con el viajante. Lo extraño demasiado como para subir a la torre Eiffel. Tengo más ganas de subirme al tren metropolitano que va a Avellaneda, por raro que suene. No puedo disfrutar de nada acá...Lo unico que hago es buscar computadoras disponibles para poder escribirle, o con suerte encontrarlo online. Quiero volver a mi casa, quiero estar con el. Odio Europa. Lo amo.

No hay comentarios: